PRIMER VIAJE DE IMBIKE A JAPÓN.

Para una compañía como IMTBIKE, especialista en organización de rutas en moto por la Europa más mediterránea, visitar Japón con vistas a ofrecer allí uno de nuestros Global Tours, se nos antojaba muy pero que muy atractivo.  Y la amable invitación de Moto Tours Japan, auspiciados por el mismo gobierno japonés, nos dio una oportunidad de oro para iniciar ese proyecto.

Pero no os voy a engañar, volar 15 horas hasta Tokio para tan sólo tres jornadas y regresar, justo después de acabar un tour en moto por el sur de España y Portugal de dos semanas, que además fue especialmente intenso por la adversa climatología, no se me antojaba como el mejor plan del mundo.

Pero en IMTBIKE nos gusta “darle la vuelta a la tortilla” a las situaciones, y también  inventarnos nuevas máximas. Así que una vez más demostramos que “lo que mal empieza, bien acaba”.

Todavía no había salido del avión que me llevaba a Madrid desde Málaga cuando mi buen Scott me llama para decirme que no pierda ni un segundo en subir a facturación, que estamos en lista de espera y no tenemos asegurado el embarque en el avión. Jamás había corrido tanto dentro de un aeropuerto ni me había colado tanto en las colas de espera (amablemente y pidiéndolo por favor, ¡eso sí! ¿Qué esperabas? ¡Somos guías IMTBIKE!). Sólo en la puerta de embarque me dirían si podía volar a Tokio finalmente…

Llegamos un minuto, ¡uno!, antes de que cerrasen las puertas de embarque. Y allí mismo, una simpática azafata, que a mí se me antojó un ángel directamente llegada del cielo, me dijo que sí, que podía embarcar. Y además volaríamos ¡en asientos contiguos!

¡Dentro del avión ya! Todavía no podía ni creerlo. Sudados, con la respiración agitada y el corazón aún a 180 pulsaciones… pero dentro, sonrientes y felices. –Azafata, dos cervezas, por favor. ¡Esto hay que celebrarlo!

Temía mucho al jet lag. Soy incapaz de dormir en un avión y sabía que iban a ser muchas horas despierto. Pero la excitación de llegar al país del sol naciente en compañía de un buen amigo me mantenía bien despierto.

Nos encontramos en las instalaciones en Odaba, Tokio de Rental 819, la compañía de alquiler de motos hermana de nuestra anfitriona, con un staff simpatiquísimo que tenían muchas ganas de hacerlo bien. Aunque yo ya había trabajado anteriormente con japoneses en mi etapa como periodista probador para revistas de motos, esta vez fue una verdadera inmersión en el fascinante carácter nipón. Una mezcla maravillosa de educación exquisita, dedicación y profesionalidad. Además se nos hizo evidente desde el primer instante lo cómodos y felices que se sentían con nuestro carácter digamos más mediterráneo.  Nos gustábamos mutuamente. No había duda.

Después de un breve y divertido briefing de presentación del equipo y del tour en moto, fuimos a cenar juntos a un restaurante típico que supuso el inicio de un idilio confesable con el mejor sushi que había probado en mi vida. ¡Y el romance siguió durante los días siguientes!  Afortunadamente en esta ocasión, al contrario que otras veces, sí había un hueco donde colocar las piernas bajo la mesa. Cosa que agradecieron inmensamente mis rodillas, castigadas por antiguas lesiones.

El tour en moto se desarrolló durante tres jornadas básicamente en los alrededores del mayor icono del país: el Monte Fuji. Y ni siquiera el haberlo visto en mil y una fotos antes restó un ápice de la majestuosidad de esta montaña mágica. Tuvimos mucha suerte de que el clima nos regaló una visibilidad excelente (nuestros amigos japoneses no se cansaron de repetírnoslo) y pudimos disfrutar de todo su esplendor.

Después de una farragosa salida de Tokio por autopistas con denso tráfico y peaje de pago automático (con el sistema ETC que incorporaban todas nuestras motos), por fin iniciamos el recorrido en moto por carreteras secundarias de montaña. Algunas realmente bonitas y divertidas.

En este momento ya estábamos todos cómodos con la conducción por el carril izquierdo, aunque nunca hay que relajarse. Sobre todo al incorporarse desde parado.

Aunque en esta ocasión el área que cubrimos fue pequeña en extensión, sí que es cierto que nuestros nuevos socios hicieron un trabajo fantástico en la elección de carreteras, y disfrutamos de lo lindo con las dos flamantes  R1200 GS.

La ruta en moto estaba salpimentada con algunas paradas que nos permitieron conocer más de la cultura local. Ese fue el caso del taller tradicional de trabajos sobre madera con la técnica de marquetería de Hakone Yosegi ZaiKu, un ejemplo perfecto de la filosofía nipona aplicada al trabajo: tradición, respeto, calidad, precisión, orgullo… Todo ejemplificado en multitud de objetos cotidianos entre los que resaltaban las Cajas Mágicas, con movimientos secretos de apertura en su estructura. Algunos sencillos, como los que compramos Scott y yo para nuestras hijas, algunos con muchas combinaciones.

Después de unos buenos tramos de divertidas carreteras de montaña por la sierra que rodea el bellísimo lago Ashi (Ashinoko), aún nos quedaba una parada para almorzar unos deliciosos fideos gigantes típicos en Houtou y una visita al pequeño pueblo típico de Oshino Hakkai, con casas de construcción tradicional y relajantes  estanques.

La segunda jornada empezó con una visita en teleférico al mirador de Owakudani, pasando por encima de los vapores volcánicos que todavía emana la montaña y que colorean de negro al hervirlos la cáscara de los famosos “huevos negros” que ofrecen en su cima.

Un paisaje que muchas veces se antojaba alpino, pero siempre con la omnipresencia del Monte Fuji, como un gran dios protegiéndonos y vigilándonos, cambió la última jornada al acercarnos a nuestro alojamiento típico junto al mar, junto a una costa agreste y llena de belleza. El extraordinario y hospitalario recibimiento que nos hicieron en el  hotel sobre los acantilados de Dogashima, con una colorida y numerosa comitiva, nos hizo sentir importantes, como si fuésemos las delegaciones oficiales de los países a los que representábamos. Por la noche, una vez más volvimos a reírnos como niños vestidos para la ocasión con los tradicionales kimonos que tenían preparados para nosotros. Una bonita costumbre que iguala a todos frente a la mesa. Una representación de tambores tradicionales y una copiosa comida cerraron la velada.

Todavía nos quedaba antes de llegar, una visita a una fábrica de wasabi, donde tuvimos la oportunidad de hacer nuestro propio wasabi con nuestras manos e incluso probar un curioso helado de wasabi. También un tramo divertidísimo en una carretera local muy motera al cobijo de un frondoso bosque y como colofón, antes de regresar a Tokio de nuevo por autopista, un almuerzo en una activa población pesquera, en pleno mercado, con un pescado de buenísima calidad.

En definitiva, un viaje exprés algo alocado pero divertidísimo al fin, que nos ha dejado muy grabado que queremos volver a conocer mucho más de este maravilloso país y su cultura.

¿Te apuntas la próxima vez?

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